martes, 23 de abril de 2013

Los días y los libros.


   
  Quizás haya días en mi vida en los que he olvidado rezar, soñar e incluso, amar. Pero creo que en ni uno solo de esos periodos de precisión giratoria, debo haber olvidado a los libros, en plural, porque no hay un libro al igual que no hay una estrella.

   Con ellos nací, con ellos debí aprender a leer - cosa que nunca recuerdo haber hecho -, con ellos he soñado, he aprendido, he viajado y, hasta he muerto mil veces para renacer.

  Pudo haber tiempos de penuria, tiempos de carencias, tiempos de trabajo, y sin embargo ellos esperaban ahí, pacientes, generosos, durmientes que anhelaban un roce de dedos para despertar.

  El libro.                         Los libros.

  Ellos son la eternidad, la máquina del tiempo, El Santo Grial, la historia del mundo.

  Si hay una razón secundaria, tras la obvia, para subsanar el hambre en este planeta y en sus pueblos, esa razón no puede ser otra que los libros, su lectura.

  Si algo temiera sería la ceguera de no poder leerlos, y sin embargo, uno de los hombres más cultos que he conocido, Borges, era ciego.

  Me alegro de que haya un día de El Libro.

 

  Si en algún momento me encuentro a más de un metro de un libro es como si estuviese en una montaña bella pero con carencia de oxígeno, incapaz de sentir placer a pesar de la realidad magnífica que pudiera rodearme.

  ¿Porque qué es la realidad? ¿Qué la ficción?

  Cuando todo este mundo finalice, cuando no quede rastro de nuestro paso por él, cuando este planeta tenga un indefinido color repleto de cráteres, quedarán nuestros sueños flotando en su atmósfera inexistente.

   Regálense un libro, o mejor, recuerden que existen.

  Buen día.

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