viernes, 11 de enero de 2013

El cateto.


   En estos tiempos de vértigo financiero, de globalización plastiniforme, de intercomunicación permanente, creo conveniente una reflexión sobre esos sujetos, esos Paco Martínez Soria de nuestras provincias y pueblos de Dios, que con una vida simple y llana trabajan, pagan impuestos, se reproducen y mueren. Son - incluso muchos somos - los catetos.

   El cateto vive y come bien, vota cuando se le pide y a quien le conviene, tiene alguna religión, se masomenoscasa y concibe hijos, y suele ser noble de alma y buen amigo de sus amigos. Nada sabe de modernidades pero tiene una rara intuición para separar el trigo limpio entre la paja humana, y mantiene una memoria histórica que ni el Alzheimer borraría. ¡ A él/ella le van a contar milongas !

   Pertenece a una generación que ha conocido - conocerá - una guerra, pero no de esas de televisión sino una de verdad, de las que te lleva un ser querido o tu casa y tus cosas. Ha visto payasos, gente grande, poetas de mediopelo, alcaldes, sequías y borrachos, y digo las ha visto porque el cateto ve, te ve, a diferencia del resto de humanos que sólo te mira.

   Y ahorra, pero no porque sea una alimento de la inversión no, sino porque no gusta en pedir dinero prestado y, si acaso, lo presta o te lo da.

   Tiene su moda, la moda de siempre porque nunca lleva prendas de mala calidad; paga lo mejor que puede pagar. Tiene su hogar, incluso en la gran ciudad donde ya casi no hay catetos, el hogar de un hobbit que no gusta de aventuras pero que, si hay que ir se va.

   No cree en Dios, sino que teme a Dios - como no podría ser de otra manera -, porque con Dios al rezar se negocia no se le pide, y se entiende que ha de existir un trueque, un algo por algo que a Dios le agrade. Y desde luego él cumplirá su parte que, después, Dios dirá.

   Se enamora una vez, dos a los sumo si contamos su primer amor de adolescente, porque cuando dice "en la salud y la enfermedad, en las alegrías y las penas", se lo cree. Y cuando llega la muerte y separa ese amor, llora pero no por perderlo sino por hacer esperar a su amor en el otro lado en el que no cree, sino que simplemente "sabe que existe". En ese cielo de los catetos no caben camellos por el ojo de una aguja, y tiene un paisaje tan simple como el de los juegos de su infancia, el que el quiere, tiene el paisaje de "el sitio de su recreo".

   Me gustan los catetos, y me gustaría llegar a ser un buen cateto algún día, pero ocurre en esto como en el aikido, que toda la vida está uno aprendiendo.

   Buen día.

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