miércoles, 16 de enero de 2013

El derecho a NO ser informado.


   Saben, quienes me leen, que mi debilidad es la información al paciente porque conlleva respeto a su autonomía como ser humano, buena praxis profesional, consenso en las decisiones finales y un buen hacer como personas que somos. Saben también, y ello no porque me lean, que nos queda un largo camino por recorrer para lograr que esa información llegue a ser una realidad cotidiana. Por motivos profesionales, evalúo este apartado de la práctica médica desde hace casi 20 años, y les aseguro que no hemos avanzado casi nada; seguimos considerando al paciente como un in firmus, un incapaz de entender qué es lo que le ocurre y, por tanto, desautorizado para una mínima no ya decisión, sino siquiera opinión, al respecto.

   "E pur si muove", y aunque el Juez no se llame Galileo les aseguro que seguimos pagando y pagando con el dinero público o, peor, con su propio dinero en primas de seguros, sentencias por no informar de manera adecuada.

   Pero no quiero hablar hoy más de este derecho a la información sobre qué tengo, qué me pasa, qué me espera. Lo que quiero es que sepan que existe exactamente el mismo derecho a NO QUERER SABER qué tengo, qué me pasa, qué me espera. Y lo que es mucho más importante aún, si cabe, es que ese derecho es COMPATIBLE con ser tratado de manera adecuada a mi patología. Es decir, no estamos hablando del derecho a aceptar o no un tratamiento, sino del derecho a saber o conocer.

   Vayamos a lo cotidiano. Un buen/mal/inevitable día enfermo de manera grave. Como tonto del todo no soy, barrunto que tengo algo grave y voy al Galeno. Es decir, he tomado una primera decisión, la de ser diagnosticado si el House de turno lo logra, que esa es otra historia. Y entonces, en el inte, tomo una segunda decisión, esta ya vinculante para el equipo médico, cual es la de no querer conocer el resultado de las pruebas, el diagnóstico.

   ¿Dirán ustedes, y por qué? Pues miren, se me ocurren muchas razones: miedo, angustia, pasotismo... Pero quizás las más comprensible es la de, un suponer, querer vivir el tiempo que me queda de una manera real, cotidiana, feliz/infeliz, sosegada, y alejada de un final peliculero, por ejemplo. Es una decisión personal que allá cada cual,  pero que no olvidemos la legislación ampara con la misma rotundidad que el derecho a ser informado.

   Pero esa decisión está sucediendo exactamente de manera coetánea con mi decisión de ser diagnosticado y tratado. Eso es posible, es más, es legal y necesario si se nos da el caso, y habrá que encontrar fórmulas que coordinen el ejercicio de este derecho con la obligación del consentimiento informado específico de una técnica concreta. Tienen ahí los jóvenes un bonito trabajo de investigación y desarrollo a nivel de planificación sanitaria.


   De no ser así, de no lograr armonizar estos aspectos, más temprano que tarde iremos teniendo una jurisprudencia acerca de la infracción del derecho a no ser informado, tendremos sentencias condenatorias sobre estos aspectos. Yo porque no ejerzo la abogacía, que de hacerlo tiraba unos cohetes por ese lado.

  Ah, que lo olvidaba...Por Dios, no olviden que el derecho  a no ser informado INCLUYE TAMBIÉN A MI FAMILIA.

   Que tengan buen día.

2 comentarios:

  1. Este es un tema tan rebaladizo que no me extraña que se haga un silencio sepulcral. No pocas veces, y en cumplimiento de la máxima de que el paciente debe ser informado, me he visto, y he visto a compañeros míos, esforzándose por trasladar datos al paciente, y éste intentando escabullirse, cuando no diciendo a las claras "mire yo firmo, no me cuente más". Lo que quiero decir es que hay que saber parar, pero que igual que existe un documento de consentimiento informado que deja claro (más o menos) lo que se acuerda, no existe un documento en el otro sentido. Un saludo, JuanMolay

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    1. Tiene razón, debería existir un documento que reflejara esta posibilidad de renunciar a la información. Y es cierto que no es una situación infrecuente.

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